“Las ideas se tienen, pero en las creencias se está”. Ortega y Gasset

Podemos preguntarnos ¿qué es una creencia? La Real Academia Española (RAE) la define como: “Firme asentimiento y conformidad con algo. Es la idea que se considera verdadera y a la que se da completo crédito como cierta”.

Hay otras definiciones que particularizan el sentido de creencia:

  • “Conjunto de principios ideológicos de una persona, de un grupo social o de un partido político”.
  • “Convicción de que algo es verdadero y cierto. Es una valoración que puede basarse en elementos racionales o en una sensación interna”.

Las creencias suelen ofrecernos un sistema de comprensión del mundo. Aunque se puede creer en algo sin que sea cierto o sin que haya evidencia científica. La certeza absoluta es imposible.

El ser humano siempre ha intentado encontrar respuestas a preguntas esenciales sobre su existencia, como por ejemplo, sobre su destino, la muerte o el universo. En las respuestas a dichas preguntas, podríamos decir que el sentimiento religioso ha estado siempre presente.

El ser humano tiene la necesidad de creer en algo, en un ser superior creador y poseedor de las respuestas que nos permiten entender los misterios de la vida, del mundo en general.

Las creencias pueden transmitirse de generación en generación, dejando una huella inconsciente, con poca actitud de cuestionamiento. Casi se interiorizan como algo natural, automático, como una realidad y una guía para actuar.

Nos influyen las creencias familiares, las de personas importantes para nosotros, especialmente las presentes en nuestra infancia. Deseamos colmar o satisfacer la expectativa que tienen sobre nosotros. Por ello, sus creencias juegan un papel crucial en nuestro crecimiento, en nuestra constitución como personas, en nuestro esquema de interacciones y en cómo percibimos el mundo. De niños nos preguntamos: ¿Qué esperan de mí?, ¿cómo desean que sea?, ¿qué expectativa han puesto en mí y no deseo defraudar?

Es una mochila a veces pesada que cuesta sacudirnos de encima. En ocasiones, incluso la llevamos toda la vida encima sin percatarnos de ello.

Vemos que las creencias tienen consecuencias porque pueden condicionar nuestras percepciones, empujarnos al acto sin apenas cuestionarlo, ya que llevan un compromiso emocional latente. Creer es inherente al ser humano. Pensar es casi ya creer. Es difícil separar ambas cosas.

No obstante, la vida es un proceso donde todo debería estar sujeto a reflexión, a revisión, en definitiva, a una adaptación a nuestras necesidades y deseos.

Cada etapa puede tener un contexto diferente. Incluso nosotros evolucionamos y se producen cambios en cada periodo de nuestra vida.

Como os decía, el ser humano se pregunta acerca de la vida, la muerte, el universo o la verdad con mayúsculas.

Las creencias pueden aportar o limitar más de lo que creemos según el uso y posición que adoptemos respecto a ella.

Hay creencias basadas en la Fe, en experiencias emocionales o espirituales. Y hay creencias basadas en la ciencia, en el pensamiento racional y científico. Pero también hay cosas que escapan (al menos aún) a la ciencia.

Así pues, las creencias pueden ser de diversa índole. Por ejemplo:

Las creencias religiosas: neutralizan la conciencia de temporalidad y la angustia ante ella, al proporcionar una expectativa de vida después de esta vida. Despeja dudas ofreciendo respuestas y significado a temas como la muerte, el origen del universo…

Aporta valores, convicciones, certezas. No importa que la creencia religiosa sea el cristianismo, el islamismo o el hinduismo, por poner algunos ejemplos. Todas ofrecen respuesta a esos interrogante universales.

Las creencias políticas: generan sentimiento de pertenencia, de compartir ideales. Suelen tener un líder carismático que tiene un peso decisivo en la acumulación de seguidores.

El compartir una creencia puede generar la ilusión de fortalecer la identidad y de crear conexiones con los otros.

Aunque lleva implícita una renuncia o crítica de aproximación a los que discrepan de ella. No deberíamos excluir ni juzgar a quien piensa diferente.

El sistema de creencias es mucho más complejo de lo que pensamos. No hay un único y exclusivo sistema de pensamiento válido y trasladable a todos los seres humanos por igual.

No somos seres homogéneos, ni siquiera conviviendo en el mismo país, incluso en la misma familia, compartiendo la misma cultura, educación o historia. Por ello, es bueno respetar la libertad de pensamiento, de creencias o de cultos.

La verdad subjetiva es la que se da en cada persona.

Hay razones que se nos escapan, razones personales, algunas inconscientes. Detrás de ellas puede subyacer el temor a quitar sentido a nuestra existencia, también pueden suponer el modo de encontrar soluciones o frustraciones, por ejemplo.

Las creencias, a veces, pueden estar sosteniendo necesidades personales, cuestiones ajenas al pensamiento consciente. El perderlas se puede vivir como asomarse al abismo, a la nada.

Hay preguntas para las que la razón no tiene respuesta y ese agujero no es fácil de tolerar. Por ello es importante tener en cuenta el grado de resistencia del otro a reflexionar, a cuestionarse. Se puede movilizar algo estructural en él, y desencadenar un derrumbe emocional.

Las creencias pueden estar muy arraigadas en la personalidad, incluso ser un soporte de ella y el otro puede sentir que detrás de la crítica no está intentar cuestionar la creencia, sino invalidarlo como sujeto, su propia existencia. Lo puede vivir como una fuerte agresión a sí mismo, aunque intelectualizada.

No existe una simetría interior/exterior. Del lado interior queda la impronta de lo vivido, de lo interiorizado, lo silenciado y, a veces, incluso secreto para nosotros mismos. Del lado exterior, se encuentra el universo de la conciencia. Es una división que coexiste. Todos vivimos con una historia personal detrás que condiciona pero que puede ser revisada, escuchada y con posibilidad de comprenderla y vivir con ella sacándole el mejor partido posible.

Las creencias absolutas restan libertad, no se abordan a nuevos conocimientos, matan la curiosidad, el deseo de saber más allá de los límites marcados.

Respetar las diferentes creencias, lejos de separar, ante la diversidad de criterio, puede propiciar el encuentro, el enriquecimiento. El otro siempre puede aportar ya que nadie tiene garantía de verdad.

La flexibilidad crea un marco de diálogo para establecer puentes creativos y enriquecedores si se hace desde el respeto, con mente abierta y no prejuiciosa. Como os decía, la historia familiar del otro, sus experiencias, su contexto socio-cultural incluso su biología, tienen mucho que ver con el lugar en el que se posicionen y ese ejercicio de empatía arroja luz sobre zonas que no se comprenden a priori.

Todo saber contiene una parte, aunque sea pequeña, de subjetividad.

¿Qué puede haber de negativo en las creencias?

  • Cuando están basadas en prejuicios, sugestiones… pueden generar sufrimiento a uno mismo y a los demás.
  • Algunas se pueden convertir en una restricción si actúan como un corsé rígido y excesivamente juicioso, se suele ver en las sectas, condicionando los actos, el modo de sentir, de relacionarse, mediatizando la percepción de lo que ocurre alrededor y en consecuencia condicionando los actos.
  • Hay creencias que limitan la capacidad de comprender o de aceptar otras culturas, sociedad religiosas o tradiciones.

¿Qué hay que tener en cuenta respecto a nuestras creencias

Lo menos aconsejable es la posición de una creencia extrema que se crea en posesión de la verdad absoluta. En esos casos, el otro no es alguien a quien escuchar, sino alguien a quien convencer o destruir. No se le considera apto por no poseer el mismo código de pensamiento o de conducta. Ello merma la capacidad de convivir con los que no son iguales.

Creer que se está en posesión de la verdad es el hermetismo total. Cuando una creencia, del tipo que sea, nos impide pensar y crecer, es perjudicial. La certeza irreductible cierra puertas al conocimiento.

El lado más extremo lo vemos en el fundamentalismo religioso, el terrorista, donde la intolerancia a la diferencia incita al odio y a la violencia. Sólo permite percibir la vida y lo que acontece en ella a través del filtro de sus dogmas y valores.

Por otra parte, también hay creencias psicopatológicas del orden psicótico, delirantes, donde no hay margen para la duda.

Hay creencias más sanas, que aceptan que no se sabe todo, ni siquiera bastante, y que generan bienestar.

Una creencia puede estar sujeta a revisión sin que se tenga que vivir como un peligro o amenaza.

No se debería caer en la dicotomía del totalmente verdadero o totalmente falso. El todo o nada lleva a perder, aísla, limita.

Muchas veces, la persona más estable , con mayor equilibrio interior es la más flexible, la menos prejuiciosa, la que mantiene la mente más abierta, la dispuesta a cuestionarse o admitir y tolerar la duda.

La duda no es necesariamente mala. Asumir que no hay explicación ni tenemos la respuesta para todo, nos permite seguir indagando, seguir deseando y estar vivos en el sentido amplio de la palabra.

En estos momentos difíciles que todos estamos pasando, esa flexibilidad y esa oportunidad al otro, más allá de nuestros criterios y de la diferencia de creencias, puede hacer que la convivencia sea más agradable y satisfactoria. Es una etapa de nuestra vida donde hay que apelar a la solidaridad, a la responsabilidad y al ejercicio de empatía para con los demás.

La religión, la filosofía y cualquier otra índole de creencias que no dañen ni a nosotros ni a los demás, pueden ser legítimas y positivas si nos generan bienestar.

En definitiva, como decía Viktor Frankl “Ser tolerante no significa que comparta la creencia de otra persona. Pero significa que reconozco el derecho de otro a creer y obedecer a su propia conciencia”.

Concha Porta

Colaboradora del INyS

Psicóloga clínica del balneario Hervideros de Cofrente